Lectio Divina Dominical Domingo XX del Tiempo Ordinario Ciclo B

«El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí, y yo vivo en él»

Hno. Ricardo Grzona, frp

PRIMERA LECTURA: Proverbios 9, 1-6
SALMO RESPONSORIAL:  Salmo 34(33), 2-3.10-11.12-13.14-15
SEGUNDA LECTURA: Efesios 5, 15-20

Invocación al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros.

-Amén-

TEXTO BÍBLICO: Juan 6, 51-58

51 Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguien come este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré para que el mundo tenga vida es mi carne”.

52 Luego los judíos  comenzaron a discutir entre ellos, diciendo: “¿Cómo puede este hombre dar su propia carne para que comamos?”

53 Entonces Jesús les dijo: “Ciertamente les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. 55 Porque mi carne es la verdadera comida, y mi sangre es la verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí, y yo vivo en él. 57 El Padre, que tiene vida, me envió, y por Él tengo vida; de la misma manera todo el que coma mi cuerpo, vivirá a causa de mí. 58 Este es el pan que bajó del cielo. No es como el pan que comieron sus antepasados ​​y aún murieron. La persona que coma de este pan vivirá para siempre”.

TRADUCCIÓN DEL NUEVO EVANGELIZADOR

1.- LECTURA: ¿Qué dice el texto?

Estudio Bíblico.

Estamos recorriendo la XX semana del tiempo ordinario, y este domingo las lecturas nos adentran en el extenso discurso sobre el Pan de Vida, como en las semanas anteriores.

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”. El relato comienza con esta frase, presente a la vez en el último versículo de la lectura del pasado domingo. Jesús se encuentra en la sinagoga de Cafarnaúm, y se dirige a los judíos que estaban presentes. Estos no logran entender las palabras, no pueden comprender como Jesús es capaz de decir tales cosas. Los judíos tomaban al pie de la letra las palabras de Jesús.

En varias ocasiones Jesús reitera sus palabras, las vuelve a repetir, tal vez pensando en que los judíos podrían llegar a comprenderlas.  Jesús entrega su propio cuerpo, como Pan para la vida del mundo, este es el mensaje que ronda y centra todo el relato.

Recién en el versículo 53, del discurso del Pan de Vida, aparece la sangre, como bebida. Es decir, no solo el Pan, o el cuerpo, sino este junto a la sangre. Esta es la Eucarística, la presencia del cuerpo y de la sangre, del pan y del vino.

Es la sangre de Jesús que se derrama por nosotros, y se entrega. Esta imagen esta íntimamente relacionada a la Pascua judía, vale decir que al momento de este discurso, la fecha de celebración de esta festividad estaba cercana. En la Pascua judía se inmolaba el cordero, este debía ser macho, sin defecto, y joven. Junto al cordero se preparaban los panes ácimos. De esta forma existe una prefiguración de la eucarística; el cordero degollado y el pan ácimo. 

Con Jesús se configura el verdadero cordero, que se entrega, y derrama su sangre por nosotros. Esta entrega tiene su plenitud en la pasión, y posterior muerte de cruz. El sacramento de la Eucaristía, donde entramos en comunión con Jesús y con la Iglesia, nos habla de este misterio de la cruz, que se hace visible y accesible a través de Él.

Jesús a través de la cruz se transforma en una nueva forma de corporeidad y humanidad que se compenetra con la naturaleza de Dios, esa comida debe ser para nosotros una apertura de la existencia, un paso a través de la cruz y una anticipación de la nueva existencia, de la Vida en Dios, y con Dios.

Existe por lo tanto una perspectiva pascual de la Eucarística, solo a través de la cruz y de la transformación que esta produce se nos hace accesible esa carne, llevándonos también a nosotros en el proceso de dicha transformación.

Jesús habla de quienes comen, y de quienes no comen. Nos dice que ocurre en cada uno de ellos. De allí que podemos afirmar que comer la “carne” de Jesús, no es una posibilidad o invitación, sino una necesidad. El hombre es un ser necesitado, de tantas cosas como podemos imaginar. Pero solo Dios puede llenar los vacíos, hacer al hombre libre, y llevarlo a su plenitud.

Cristo presente, vivo y real en la Eucaristía es fuente inagotable de vida, es aquí que comer de Él, es poseer vida eterna. La Eucaristía nos comunica la vida, de esta brotan todas las expresiones de santidad y todas las virtudes, cuando “comemos” es decir comulgamos, adherimos con nuestra inteligencia a este Dios que se entrega, con el corazón sentimos su amor inagotable capaz de transformarnos y hacernos hombres nuevos, y con la voluntad vivimos de acuerdo a su Ley; que no es otra cosa más que la caridad expresada en los mandamientos, y en las bienaventuranzas.

Las palabras de Jesús sobre la vida que se da del comer su cuerpo, tienen un significado actual y presente. Quien come su carne no solo se gana el camino de la vida eterna, es decir de la vida después de la muerte terrena, sino que es depositario de vida hoy. La Eucaristía da vida al hombre, y este está llamado a llevarla donde se encuentre y vaya. De esto se trata la misión; de anunciar a Cristo, que es la Vida. Los discípulos misioneros son esto, comunicadores y sembradores de la Vida, que trasforma y hace nuevas todas las cosas, incluyendo al hombre.

Para los Padres de la Iglesia, el Pan era signo de una presencia universal, de esta forma el pan es partido y esparcido por el mundo, al igual que la Iglesia, y llegara el día en que se reúna desde todos los extremos de la tierra en el Reino Celestial.

Afirma el catecismo de la Iglesia Católica, “el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino”. (CIC. 1340)

Reconstruimos el texto:

  1. ¿Con que frase de Jesús inicia el texto de hoy?
  2. ¿Qué ocurría con los judíos allí presentes? ¿Qué preguntas se hacían?
  3. ¿Cómo les responde Jesús, que pasa si no se come su carne, y sino se bebe su sangre?
  4. ¿Y por el contrario, beber su sangre, y comer su carne, que conlleva?
  5. ¿Qué dice Jesús que es su carne, y su sangre?
  6. ¿En quienes permanece Jesús?
  7. Quien come la carne de Jesús, ¿por quién vivirá?
  8. ¿Este pan bajado del cielo es el mismo que se les dio a través del maná? ¿Qué lo diferencia?
  9. ¿En que lugar Jesús realiza estas enseñanzas?

2.- MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?

Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:

  1. ¿Al comulgar, entiendo que se trata verdaderamente del cuerpo de Cristo? ¿Reconozco que esto significa entrega, y cruz de Jesús por mí? ¿Al reflexionar en esto, como me propongo vivir el banquete eucarístico? ¿Entiendo que no puedo ser indiferente?
  2. Jesús no solo entrega su cuerpo, sino que con sus palabras explica de que se trata. ¿Entiendo que el banquete de la Palabra que precede al banquete eucarístico, es tan importante como este? ¿Descubro la presencia de Jesús en la Palabra, y en el Santísimo Sacramento del Altar? ¿De qué forma, que me lleva a reconocerlo?
  3. ¿Encuentro personas que tienen las mismas dudas que embargaron a los judíos, sobre como puede Jesús dar su “carne”? ¿Qué les digo, cómo los ayudo a encontrar la presencia de Jesús allí?
  4. ¿Comulgo como si se tratara de un rito más dentro de la celebración, o lo vivo con la trascendencia que significa entrar en la presencia del Jesús que me da vida eterna, y permanece en mí?
  5. ¿Soy consciente que comulgar el cuerpo de Jesús, significa llevarlo junto a mí? ¿Entiendo que comulgar es configurarme en signo de vida?  ¿Lo llevo en mí, y tambien lo comparto? ¿Reconozco las oscuridades que me rodean para llevar este signo de vida?

3.- ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor:

¡Oh mi amado Salvador! Tú eres verdaderamente todo para mí, porque me das la vida eterna en el don de ti mismo. El misterio de la Eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras, limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida, que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar la vida. Te doy gracias, te bendigo, alabo tu santa pasión y resurrección, adoro con alegría tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas. Tú sabes lo difícil que me resulta alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar por las cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía, dándole incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy alejados del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para siempre contigo, porque eres y serás mi realización y, por tanto, mi felicidad. Cada día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas contigo la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos nublados por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a ti, y llevar a todos conmigo, en tu vida

Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor.

Añadimos nuestras intenciones de oración y decimos:

Amén.

4.- CONTEMPLACIÓN: ¿Cómo interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?

Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.

«El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí, y yo vivo en él»
(Versículos 56)

Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.

5.- ACCIÓN: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?

Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.

Si estoy solo, vuelvo a leer detenidamente las lecturas. Hoy el Señor me invita a “comulgar” su vida, y configurarme según su corazón. Pienso en acciones concretas para hacer en mi hogar, y ayudar a mi familia, mostrando de esta forma el signo de vida que existe en mí, por la presencia del Señor.

En el grupo, nos comprometemos a ser una comunidad marcada por el signo de vida de la presencia del Señor. Como grupo nos comprometemos a examinar las “oscuridades” y “periferias existenciales” que rodean a los jóvenes de nuestra comunidad, para que a través de alguna actividad, o visita podamos mostrar esta dicha de vivir en Cristo. ¡Nuestra acción debe notarse!

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