Evangelio del día – Lectio Divina Mateo 10, 1-7

Lectio Divina por José Manuel Reyes Cabrera de República Dominicana

INVOCAMOS AL ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego sagrado de tu amor. Envía tu Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones, ilumina nuestras mentes, voluntades y corazones, asístenos con tus dones en la misión. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

1. LECTURA ¿Qué dice el texto?

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 10, 1-7

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.
Palabra del Señor

2. MEDITACIÓN, ¿Qué nos dice Dios en el texto?

El evangelio de hoy (Mt 10, 1-7) es el inicio del Sermón de la Misión, en el que se manifiestan tres asuntos: el llamado de los discípulos (10, 1); los nombres de los doce apóstoles enviados a la misión (10, 2-4); el envío de los doce (10, 5-7). El cometido o la misión del discípulo es seguir a Jesús, formando comunidad con él (Estar con él) y ser enviado, realizar/continuar su misión (expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia). En la Iglesia todos somos llamados a hacer un trabajo apostólico, pero nadie puede ser testigo de Cristo y enviado, si no es llamado. Hoy también el Señor nos envía (somos enviados), a una misión concreta, a un lugar/servicio concreto, reconociendo siempre que no somos los dueños del mensaje ni los protagonistas, sino enviados/mensajeros.
Es preciso que nos preguntemos: ¿A qué me está llamando el Señor hoy? ¿Cuál es la misión concreta a la que el Señor me envía? ¿Me siento enviado por el Señor? ¿En nombre de quién voy? ¿Es la misión autorreferencial?
“Estos son los nombres de los doce apóstoles”. El evangelio señala los nombres de los apóstoles enviados a la misión y de entrada salta a la vista que estos, a quienes envía, carecen de todo peso e influjo social, son insignificantes. Envía a Pedro (pescador de personalidad recia, ardiente, orgulloso, terriblemente seguro de sí mismo, emocionante en su fidelidad al Señor dramático en su traición, generoso en su arrepentimiento final); a Andrés, hermano de Pedro (pescador como su hermano, tímido y profundamente religioso, austero, constante en sus búsquedas); a Santiago el Zebedeo (violento y de genio vivo, pide fuego del cielo (Lc 9, 54) para quienes no comprenden a Jesús, junto a Pedro y Juan es uno de los tres preferidos del Maestro) y su hermano Juan (aire de juventud y coraje en la hora de la Pasión, cercano al sumo sacerdote, el discípulo amado, custodio de María); Felipe (sencillo, sincero y comunicativo, posiblemente pescador) y Bartolomé (aparece una mezcla de mística y realismo, de vida interior, cauteloso y desconfiado); Tomás (símbolo de la desconfianza, contradictorio en sí mismo, pero apasionado en su entrega al Señor) y Mateo el publicano (ordenado y metódico como es propio de un recaudador de impuestos); Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático (de estos sabemos muy poco) y Judas Iscariote (siempre el último en la lista de los doce y en todo caso con la apostilla de que sería él quien traicionara y vendiera a Jesús).
Los evangelistas no tienen reparo a la hora de contar los defectos de los apóstoles. A pesar de sus luces y sombras, de sus cualidades y defectos, a estos eligió, envió y confió continuar su misión. Así como el Padre ha enviado a su Hijo a la tierra, el Hijo envía a sus apóstoles con la gracia de su Espíritu. Gracias al Espíritu, que toca el corazón de los oyentes, reconocerán la Palabra de Dios en los pobres discursos de estos mensajeros sin mayor instrucción. Muchas veces tenemos bien claro nuestra misión o servicio, pero la duda respecto a nuestra preparación aminora nuestra entrega y esfuerzo.
¿Cómo es mi entrega en la misión? ¿Me siento capaz de asumir la misión?
Después de enumerar los nombres de los enviados, los envía con las siguientes recomendaciones: no ir a tierras de paganos ni a ciudades samaritana, sino en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel, vayan y proclamen la cercanía del reino de los cielos. En esta única frase hay una triple insistencia en mostrar que la preferencia de la misión es para la casa de Israel. En cambio, hoy nos cuestiona (¿A quiénes van dirigidos nuestras propuestas de misión? ¿He asumido como propio el deber de anunciar?) e invita a salir anunciar la Buena Nueva, a continuar la obra de Cristo como Iglesia.
La Iglesia es misionera por naturaleza, es su deber y carácter.

3. ORACIÓN, ¿Qué le decimos a Dios?

Te bendigo Señor y Dios mío, por tu Hijo que anunció tu Reino y encomendó a su Iglesia, con la fuerza de su Espíritu, continuar su misión. No permitas que la antorcha de la fe se apague en nuestras manos, sino que con tu gracia transmitamos su llama viva y eficaz a las nuevas generaciones. Asístenos con la fuerza de tu Espíritu en la misión concreta y diaria que nos has encomendado. Amen.

4. CONTEMPLACIÓN, ¿Cómo interiorizamos la Palabra de Dios?

– Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia…
– Estos son los nombres de los doce apóstoles…
– A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
– Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.

5. ACCIÓN, ¿A que me comprometo con Dios?

“Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca”. Descubriendo, primero, la misión a la que soy llamado y enviado. A asumirla con entrega y dedicación, teniendo bien claro que no voy en nombre mío, sino del Señor y su Iglesia.

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