Lectio Divina por Matías Emmanuel Leiva de Argentina
Buen día, hermanos. Desde Córdoba, Argentina, iniciamos nuestra jornada con la Lectio Divina.
Pidamos al Espíritu Santo que nos inspire siempre lo que debemos pensar, decir y actuar.
Evangelio según San Lucas 1, 57-66
Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo. Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había tratado con tanta misericordia, se alegraron con ella.
Al octavo día fueron a circuncidarlo y querían llamarlo como su padre, Zacarías. Pero la madre intervino:
—No; se tiene que llamar Juan.
Le decían que nadie en la parentela llevaba ese nombre.
Preguntaron por señas al padre qué nombre quería darle.
Pidió una pizarra y escribió:
—Su nombre es Juan.
Todos se asombraron.
En ese instante se le soltó la boca y la lengua y se puso a hablar bendiciendo a Dios.
Todos los vecinos quedaron asombrados; lo sucedido se contó por toda la serranía de Judea y los que lo oían reflexionaban diciéndose:
—¿Qué va a ser este niño?
Porque la mano del Señor lo acompañaba.
Lectura, ¿Qué dice el texto?
Vuelve a leer el texto:
¿Cuáles son aquellas frases o palabras que quedan resonando en tu corazón?
¿Por qué se alegraban los vecinos y parientes?
¿Cuál fue la reacción de Zacarías al soltarse su lengua?
Meditación, ¿Qué nos dice Dios en el texto?
Una vez más, la Palabra de Dios nos habla de promesas cumplidas. La que era estéril, Isabel, estaba embarazada. La que no podía tener hijos, fue mirada con misericordia. La que nunca imaginó tener un niño en su vientre, ahora da a luz al precursor de Nuestro Señor. Juan será quien le allane los caminos a Jesús, y aún así, considerarse indigno de atarle sus sandalias.
Este texto nos ayuda a prepararnos para la venida del Señor, que pronto celebraremos. Nos habla de MISERICORDIA, SILENCIO y ALEGRÍA.
Isabel fue mirada con misericordia por Dios. No importó su pasado ni su presente. Tampoco lo que la gente decía o fuera a decir. Dios obró con misericordia. Siempre así lo hace.
El silencio de Zacarías nos recuerda la necesidad de contemplar el misterio sin pronunciar palabras. Dejar a Dios ser Dios. Dejar que se cumpla su voluntad, sin imponer la nuestra.
La alegría de los padres del niño, de los vecinos y parientes sólo tienen una causa: la grandeza de Dios. Por eso es inevitable que comiencen a alabarlo y bendecirlo.
Misericordia, silencio y alegría, brotan de un corazón que se sabe acompañado y sostenido por el Señor.
Oración, ¿Qué le decimos a Dios?
Oh Dios, que me regalaste la vida, y me indicaste una misión.
Ayúdame a no perder de vista Tus planes. Ilumíname para que en el nacimiento del que está por llegar descubra una vez más al centro de mi fe, al Maestro de mi camino, a la Luz de mi existencia.
Amén.
Contemplación, ¿Cómo interiorizamos la Palabra de Dios?
“La había tratado con misericordia… se alegraron… porque la mano del Señor acompañaba”
Repitamos esta frase, especialmente en los momentos del día donde más necesitamos dar testimonio del amor del Señor.
Acción, ¿A qué me comprometo con Dios?
En esta jornada, estemos atentos a lo que el Señor nos pide, nos invita, nos llama. Nos comprometamos a responder sin demora, a poner en práctica estas tres palabras durante el día, en alguna acción concreta: MISERICORDIA, SILENCIO y ALEGRÍA, con la certeza de que la mano del Señor está con nosotros.