Lectio del día, Jose Erazo
Buenos días hermanos Cristonautas.
Los invito a ponerse en actitud de oración:
Oremos:
Ven, Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón del enfermo;
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.”
Amén
Escuchemos la Palabra:
Evangelio según san Mateo 22,1-14.
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio;
y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta.
‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
Palabra del Señor
Veamos ¿qué dice el texto?
Esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus «siervos», los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena. Los «otros siervos» son los apóstoles que Dios envió primero a los judíos, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y «todo estaba a punto» (v. 4; Hech. 3, 22; Hebr. 8, 4 y notas). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25 ss.) y luego «quemada la ciudad» de Jerusalén (v. 7), los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apoc. 19, 6 ss.). (Cf. 13, 47 ss).
Meditemos en el texto:
Dios nos sigue invitando a la boda del Cordero. Es una llamada que nos hace a través de Jesucristo y del Espíritu Santo en el magisterio de la iglesia. Me pregunto:
¿Estoy atento y dispuesto a la invitación que Dios me hace a ser parte del banquete?
¿Cómo está mi vestidura para ese encuentro con el Señor? ¿Cómo lo recibo cada vez que participo de la Eucaristía?
Oremos con el texto:
Señor, gracias por invitarme a las Bodas del Cordero, aunque no sea digno. Por invitarme a ser parte de Ti, aunque no sea bueno. Perdóname porque mi vestidura no es todavía blanca como debe ser para estar en tu banquete. Ayúdame en este proceso continuo de conversión y pueda al final de mi camino sentarme a la mesa contigo. Amén.
Contemplemos a Jesús en el texto:
«Señor, no soy digno de estar en tu banquete, pero a través de tu Palabra lo haces posible»
Actuemos:
A mí el texto me invita a reflexionar sobre los llamados que Dios me hace.
¿A qué te invita a Ti?
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.