Lectio Divina Dominical IV de Pascua Ciclo C

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen»

Hno. Ricardo Grzona, frp
Dra. María Verónica Talamé, frp

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PRIMERA LECTURA: Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52
SALMO RESPONSORIAL: Salmo 100(99), 2.3.5
SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis  7, 9.14b-17

Invocación al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad
para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros.

Amén

TEXTO BÍBLICOJuan 10, 27-30

27 Mis ovejas oyen mi voz y Yo las conozco y ellas me siguen, porque 28 Yo les doy vida eterna, para que nunca mueran, y nadie las arrancará de mi mano. 29 Mi Padre que me las ha dado, es mayor que todos, y nadie puede arrancarlas de la mano de mi Padre. 30 El Padre y Yo somos uno”.

TRADUCCIÓN DEL NUEVO EVANGELIZADOR

1.- LECTURA: ¿Qué dice el texto?

Estudio Bíblico.

Apenas cuatro versículos, pero y cuanto jugo por sacar! Empecemos por el contexto, los personajes y el género literario.

Estamos en el capítulo 10, casi a la mitad del Evangelio según san Juan, cuyo escenario principal -desde el cap. 7- gira en torno al Templo de Jerusalén. Después de la famosa y estupenda enseñanza sobre lo que significa ser (o no) un pastor bueno (vs.1-18) y de las reacciones de quienes lo escuchaban: “A causa de estas palabras, se produjo una nueva división entre los judíos” (10,19-21), el evangelista vuelve a recordarnos que Jesús está en Jerusalén y en el contexto de una Fiesta que tiene lugar en el mes de Diciembre: “Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón” (vs.22-23). Los judíos celebraban esta fiesta en recuerdo de la resistencia heroica de los Macabeos contra la profanación del Templo por Antíoco Epifanes en el siglo II a. C.

Mientras Jesús está paseándose por el Pórtico de Salomón, un grupo de judíos lo rodea y le exige una respuesta clara sobre su identidad de Mesías: “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente” (v.24). Jesús les respondió que ya se los había dicho pero que ellos no creían “porque no son de sus ovejas” (vs.25-26). Quizás no era la respuesta que ellos esperaban, porque en vez de decirles abiertamente “sí soy el Cristo” o “no soy el Cristo”, retoma la imagen del pastor y aprovecha para recriminarles su falta de fe. El término Mesías (o en griego Cristo) suponía muchas implicancias, ideas y expectativas, incluso opuestas y que por lo tanto según Jesús, había que purificar. Su mesianismo no era político ni triunfalista pero tampoco destinado a un grupo selecto de supuestos cumplidores de la Ley.

Jesús no quería ser confundido con un Mesías de bienes terrenos -si bien su providencia nunca falta- ni tampoco con un Mesías de esplendor y poder –aunque su gloria es infinita-. Jesús es el Pastor que nos invita a vivir una relación intensa, profunda y estable con Él. Por eso, a una tal pregunta, no se podía responder tan directamente ni con uno o dos monosílabos. Sin embargo, Jesús no se queda callado y retoma la metáfora apenas explicada. Y, como siempre, va más allá de lo que ellos pretendían. Gracias a ellos nos ilustramos todos. Pues, en definitiva, los fariseos son los primeros y explícitos destinatarios de la gran enseñanza que indirectamente recibimos todos. Ellos son los personajes reales del relato, a quienes Jesús, por su incomprensión (10,6) e incredulidad (10,26), se dirige una y otra vez en este capítulo.

La metáfora cuenta con sus propios actores: el ladrón o el asaltante (10,1), el pastor o el guardián y, obviamente, las ovejas (10,2-3). Pero “los fariseos” (9,40) son los interlocutores principales a quien Jesús ilustra con esta bellísima comparación. Jesús acababa de caracterizar el modo como el Cristo se relaciona con sus seguidores y ellos vuelven a preguntar. Parecen no aceptar ese mesianismo tan solícito, tan generoso, tan servicial, tan solidario y tan oblativo. Los fariseos no quieren ser de los que escuchan y comprenden la voz de Jesús. Por eso quedan fuera del redil y excluidos de los beneficios de ser conducidos por un pastor tan bueno. Jesús les está diciendo a los fariseos que “creer” es “hacerse su oveja”. El movimiento del “creer” se especifica en los versículos que leemos hoy, con dos verbos característicos del discipulado: “escuchar” la voz de Jesús y “seguir” la dirección del Pastor. A esto ellos no están dispuestos…

Es cierto que este género literario: “comparación” o “metáfora”, si bien era muy conocida en el mundo bíblico como en la propia experiencia cotidiana, tiene sus límites. Ellos sabían muy bien que los pastores en Israel engordaban sus ovejas para después comerlas o venderlas y sacarles más provecho. La metáfora aplicada a Dios (o a Jesús), debe ser tomada globalmente como símbolo de relación de afecto y de cuidado. No se debe tomar en todas sus dimensiones. Bíblicamente, cuando se aplican a Dios, las metáforas nunca funcionan a la perfección. Por lo tanto, decir que Jesús es el pastor es una metáfora hermosa, pero que no funciona del todo. La experiencia normal del pastor también indica que a un cierto momento, el pastor se come sus ovejas y las usa.

Por mucho tiempo Israel vivió del pastoreo; no criando manadas de tipo industrial, sino artesanalmente. En general, los pastores tenían un pequeño rebaño de pocas ovejas y, aunque fueran muchas, se encargaba personalmente de todas: instauraba una relación privilegiada con cada una. A tal punto, que cuando era necesario, el pastor iba en busca de la oveja extraviada, aún dejando las restantes en el redil. Aunque tuviera cien, si una se perdía, se caía en un pozo o se enganchaba en algún obstáculo, la salía a buscar. Ezequiel 34,11-16 describe a Dios como el buen pastor, pero no sin antes reprocharles a las autoridades de Israel su mal pastoreo. Los fariseos sabían que los malos pastores eran aquellos que “se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar el rebaño, que sólo les interesa alimentarse con su leche, vestirse con sus lanas y sacrificar las más gordas. No fortalecen a la oveja débil, no curan a la enferma, no vendan sus heridas, no hacen volver a la descarriada ni buscan a la perdida” (cfr. Ez 34,2-4).

El buen pastor, en cambio, es aquel que está atento a sus ovejas, que se ocupa de las débiles, que cura la herida, que vela para que aquellas más fuertes no avasallen a las más débiles. En definitiva, la relación del pastor con las ovejas es una relación afectiva. A tal punto, que el pastor las llama a cada una con un nombre propio. En esta relación, que lejos de ser utilitaria o “utilitarística” como la de un asalariado, las partes se implican mutuamente. El pastor vive con ellas 24 hs. Las tiene siempre cerca. Es un pastor con “olor a oveja” (Papa Francisco). Él sabe que cada una es distinta a la otra. Advierte que hay algunas que tienden a irse por su propia cuenta y, entonces necesita tenerla un poco más “cerca del ojo”. Se da cuenta que hay algunas más fuertes, que avasallan a las más débiles, y a éstas, entonces, es necesario defenderlas. Están aquellas más simpática o más tiernas y aquellas más ariscas, rebeldes o independientes. Cuando uno vive cotidianamente, noche y día, con los animales, se termina encariñando. Tanto, que el animal pasa a ser su compañía y su afecto. La oveja, de por sí, sirve también para vivir. De ellas se toma la leche, se usa la lana, cuando nacen, también se comen sus corderitos. Para el pastor, las ovejas representan su riqueza. En cierto modo, de ellas, depende la vida del pastor como sus vínculos más profundos. Jesús retoma esta metáfora del pastor, aún conociendo sus límites, porque es la que mejor expresa la relación que él quiere tener con sus seguidores. Se vale de la imagen para representar el vínculo y la relación interpersonal con el creyente. Por eso, de todo lo que se crea entre las ovejas y el pastor, en esta oportunidad frente a los fariseos, Jesús recalca esto: “mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”.

Notemos primero la insistencia en reiterar el pronombre posesivo “mis” (“mis ovejas… mi voz… me siguen… mis manos”). Un pastor bueno considera las ovejas como su propiedad privada. Ellas son su mayor riqueza, son su pertenencia. Por eso, entre las acciones que realiza el pastor una de las principales es el acarreo hacia buenos pastos y agua fresca (Sal 23). Basta un silbido que ellas lo escuchan y lo siguen. A Jesús Pastor no se lo vive únicamente recibiendo pasivamente las pruebas de su amor, se requiere una respuesta activa de parte nuestra. Él llama con un tono tan característico que facilita un reconocimiento inmediato. Un buen pastor, como nadie, conoce profundamente a su redil. Pero no es un conocimiento intelectual sino afectivo, el que le da la mutua y permanente convivencia. Las conoce porque las quiere, porque ellas son el motivo de su vida. Las conoce porque vive para cuidarlas, porque vive con ellas una relación privilegiada de servicio. Ellas lo siguen porque Él va delante y porque distinguen su voz. Él vino “para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Yahora sabemos que esta vida que les provee es “para siempre”, es eterna. Los cuidados de Jesús Pastor rompen la barrera del tiempo: la finalidad última, el punto culminante de su ser Pastor por nosotros es darnos “vida eterna”. Este pastor nunca va a dejar que las ovejas perezcan y las va a defender de quienes quieran arrebatarlas hasta dar la vida. No dejar arrebatar de la mano significa, pues, proteger y dar seguridad en el peligro. El buen pastor, aunque vea venir el lobo no las abandona ni huye. Por amor, permanece junto a su redil. Todo esto es ser pastor bueno. Un solo versículo y tres promesas: el Pastor Jesús, gracias a su Resurrección, tiene poder de dar vida eterna como de asegurarle a sus ovejas que nunca perecerán. Ninguno de los que entra en este tipo de relación con Jesús irá a la perdición ni podrá ser arrebatado de su compañía ¡Cuánta vida y seguridad en pocas palabras!

La metáfora del pastor habla de esta calidad de relaciones; habla de todo lo que alguien puede y debe hacer por otro para ofrecerle bienestar y calidad de vida. Por eso la imagen es perfecta para hablar de la relación entre Jesús y nosotros. Quien quiera saber en definitiva quién es Él, cuál es su realidad más profunda, debe contemplar las actitudes y acciones de Pastor.

Sin embargo, en esta imagen tan elocuente, el dueño del redil no es el mismo Jesús sino el Padre: “mi Padre que me las ha dado es superior a todos” (v.29). En esta frase se describe el vínculo de amor más fuerte y sólido que jamás podrá existir. Nadie es más poderoso que Dios Padre y Jesús Pastor está sostenido por ese poder. Todo lo que hace Jesús como pastor proviene de una relación de base, fundante, entre Él y el Padre Dios. Jesús es el Pastor enamorado de sus ovejas y completamente entregado a ellas, porque es primero un enamorado del Padre y a Él está totalmente entregado. La comunión entre el Pastor y el Padre es tal que alcanza para fundamentar también la comunión para siempre entre las ovejas y el Padre: “nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre”. La superioridad y poder del Padre son invencible: “nadie” puede con Él y por lo tanto quien se deja conducir por este Pastor tiene la certeza de una relación y unos cuidados eternos que nada ni nadie podrá destruir ni arrebatar jamás. Nuestra vida está en manos seguras y su protección es más fuerte que todas las fuerzas del mal que traen la ruina y la destrucción. La seguridad que brinda este verso es increíble. Se trata de una promesa cuyo núcleo es el amor de un Pastor que resguarda al amado de todo peligro encomendándolo a las manos de quien es “superior a todos”. La comunión de Jesús con sus discípulos se deriva de la relación primera de Jesús con el Padre y está resguardada –en última instancia- por el poder del Padre. El Padre “me los ha dado” es una forma concreta de expresar el amor del Padre por Jesús: todo discípulo está involucrado en el amor del Padre por Jesús. En definitiva, el desafío es descubrirse a sí mismo como “don” que el Padre le hizo al Pastor Jesús.

Ahora bien, la inquietud inicial de los fariseos era saber si Jesús era (o no) “el Cristo”, es decir, si Jesús era (o no) el Ungido de Dios. La respuesta de Jesús fue muy clara y contundente. El Padre no sólo le dio la unción sino además le puso en sus manos todo el Redil de los que quieran escucharlo y seguirlo. Su vida entera está en función de las ovejas. Jesús no sólo es el Cristo sino que es una sola cosa con el Padre. El último verso de la aclaración de Jesús, sin duda sobrepasa la pregunta.: “El Padre y yo somos una sola cosa” (v.30). Jesús y Dios Padre son “uno” en sus intenciones y en su acción. Por lo tanto el amor de Jesús a sus discípulos está sustentado por esta indestructible unidad. Nuestra amistad con Jesús se beneficia del amor poderoso de Jesús con el Padre. De esta forma el pastoreo de Jesús tiene garantía: podemos confiar en Él porque bajo su dirección lograremos la meta de nuestra vida: llegar a las manos del Padre. Esto que para nosotros es la mejor noticia que Jesús nos podía dar, no la pudieron soportar los fariseos que ahora parecen haber entendido el mensaje y por eso tomaron piedras para apedrearlo considerándolo un blasfemo (vs.31-33).

Reconstruimos el texto:

  1. En este texto ¿Qué hacen las ovejas?
  2. ¿Qué les da Jesucristo?
  3. A Jesucristo ¿Qué le ha dado el Padre y nadie se las puede arrancar?
  4. ¿Qué son el Padre y Jesucristo?

2.- MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?

Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:

  1. ¿Qué significa en mi vida que Jesús sea el Pastor? ¿Cuándo y cómo me lo demuestra? ¿Qué espero que haga por mí? ¿Qué sentimientos suscita en mi corazón la imagen de Jesús Pastor?
  2. ¿Qué significa ser oveja del redil de Jesús Pastor? ¿Cuándo y cómo se lo demuestro? ¿Me siento segura/o de Él? ¿Soy capaz de abandonarme completamente en sus manos? ¿Qué significa “seguir” a Jesús Pastor? ¿Qué implica para mí su estilo de vida?
  3. ¿Cómo transparento el rostro de Jesús Pastor en el liderazgo que se me haya encomendado dentro de mi familia, de mi comunidad, con mis amigos o en algún otro ámbito donde tenga responsabilidades? ¿En qué aspecto debo crecer?

3.- ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor. 

Se pueden orar los primeros versos del Salmo 23 (22)

23,1: Salmo de David. El Señor es mi pastor, nada me falta.
23,2: En verdes praderas me hace reposar,
me conduce a fuentes tranquilas
23,3: y recrea mis fuerzas.
Me guía el sendero adecuado
haciendo gala su oficio.
23,4: Aunque camine por lúgubres cañadas,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu bastón me defienden.
23,5: Preparas ante mí una mesa
en presencia de mis enemigos;
Me unges con perfume la cabeza,
y mi copa rebosa.
23,6: ¡La bondad y el amor me escoltan
todos los días de mi vida!
Y habitaré en la casa del Señor
a lo largo de mis días.

Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría.  Añadimos nuestras intenciones de oración.

Amén

4.- CONTEMPLACIÓN: ¿Como interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?

Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo  del  Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.

Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen»
(Versículo 27)

El texto nos invita a disfrutar de un ámbito cálido, de una gran familiaridad con Jesús Pastor. Él conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas las características de nuestra personalidad. Reposemos en su corazón mientras meditamos con el canto: “Buen Pastor” de Cristóbal Fones (sacerdote jesuita).

Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.

5.- ACCIÓN: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?

Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.

Si estoy solo, identificar las veces que Jesús me ha demostrado que es mi pastor y que me provoca en mis sentimientos, en mi vida, además buscar ser pastor de alguien.

En el grupo, Buscar a las ovejas, es decir a mis amigos, a mis hermanos y proponernos ir a algún lugar a buscar otras ovejas para el Señor

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