Lectio Divina por Raúl Alexander González de Panamá
1. Invocación
Ven Espíritu Santo
Ilumina mi corazón con la luz de tu Palabra, enciende mi corazón y que pueda caminar junto a ti.
Amén.
Del santo Evangelio según Marcos 5,1-20
Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con fuerte voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.» Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.» Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan junto a Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.» Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
2. Lectura ¿Qué dice el texto?
El evangelio de hoy trata sobre la expulsión de un demonio que poseía una persona y le causaba daño, quien sale al encuentro de Jesús. El endemoniado estaba relegado, rondando los cementerios y que nadie podía controlar; incluso se hacía daño a sí mismo con piedras.
Ve a Jesús desde lejos, corre hacia él, se postró ante él y gritó con fuerte voz: ¿Qué tengo yo contigo Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes? Jesús le ordena que salga del hombre, le pregunta su nombre, pero el demonio suplicaba que no lo echara de ahí y pidió que se les permitiera entrar en los puercos y terminaron en el mar ahogados. Los que cuidaban a estos puercos salieron huyendo y contaron lo que había sucedido y la gente salió a ver que había pasado y encuentran a Jesús con el que había estado poseído, en sano juicio; y la gente se llenó de temor a tal punto que le pidieron a Jesús que se alejara de ahí. Jesús sube a la barca y el que estaba endemoniado pide subir con Jesús pero éste le dice: “Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti”. Y éste último dio testimonio de lo que Jesús había hecho con él.
Esta lectura nos ayuda a reflexionar dos actitudes principales desde dos personajes: el endemoniado y las personas que llegan a ver qué había ocurrido (la gente).
Podemos decir que en el trasfondo del texto estos dos personajes, el endemoniado y la gente, caminan una procesión.
El endemoniado, apenas Jesús sale de la barca, sale a su encuentro; lo ve de lejos, corre hacia él, se postra ante él y le grita ¿Qué tengo yo contigo Jesús? No me atormentes. Le da su nombre a Jesús tras la pregunta hecha por Él. Suplica no sean echados lejos de ahí. Una vez sano, pide subir a la barca. Acepta y obedece el envío de Jesús de ir a casa. Va a su casa, con los suyos y da testimonio de lo que Jesús hizo en él.
La otra procesión es la gente que sale a ver lo que habían escuchado de los que estaban cuidando los puercos. Llegan donde Jesús pero detienen su atención en el que estaba endemoniado que ahora está en su sano juicio. Se llenan de temor y le piden a Jesús que se aleje.
3. Meditación ¿Qué me dice el texto?
Centro mi atención en la actitud de los personajes principales de esta escena y las acciones que realizan.
¿Mi historia es la del endemoniado o se parece más a la de la gente curiosa?
¿Salgo al encuentro del Señor por mí mismo? ¿Qué le pido a Jesús? ¿O solo se trata de una curiosidad que me invade de temor y que no me deja ver más allá y lo que pido es que se aleje de mi?
Oración ¿Qué le decimos a Dios?
Nos inspiramos en estos versos de Rafael y Lope de Vega
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Jesús gracias por Tu Palabra que ilumina mi vida.
Bendito seas por tu amor, tu benevolencia y tu misericordia conmigo. Por salir a mi encuentro, por liberarme, por darme la paz y la oportunidad de ser un hombre nuevo cada día.
Dame la gracia para ser y dar testimonio de ti, de las grandezas que has hecho en mi vida.
4. Contemplación ¿Cómo lo interiorizo?
¿Qué tengo yo contigo Jesús?
Es una frase que me inquieta, me da cierto temor, quizá porque no sé cuál sea lo que Jesús quiera de mí, o quizás ya lo sé, pero… tengo miedo. Lo repito y se lo susurro a Jesús… y me quedo aquí en este silencio.
Si siento paz… me quedo aquí, contemplando.
5. Acción ¿A qué me comprometo?
La pregunta de la contemplación me ayuda a la acción. Quizá a profundizar más en la relación con Jesús, de hablar con él cara a cara sobre mis dificultades, a acercarme a Él: en la Eucaristía, en la lectura orante de la Palabra de Dios, con mi modo de proceder en mi quehacer cotidiano, en la relación con las personas en casa, en el trabajo, en el ambiente que me rodea.